Tía, de la fotógrafa Ana Hop, residente en la Ciudad de México, es un retrato íntimo de su tía Arminda, que ha vivido con esquizofrenia paranoide durante muchos años.
El diagnóstico llegó cuando Ana era aún adolescente, aunque en aquel entonces no entendía qué significaba. Arminda era su tía favorita. Eran muy unidas y solían jugar juntas.
Un día, el padre de Ana le dijo que Arminda estaba enferma, pero no le explicó por qué. A medida que Ana crecía, tenía cada vez más preguntas: ¿Por qué habían tardado tanto en diagnosticarla? ¿Por qué no le funcionaban los medicamentos? ¿Por qué no podía llevar una vida normal? Poco a poco, empezó a comprender lo que significaba tener esquizofrenia.
“Cuando descubrí qué era la enfermedad y lo poco que había para tratarla, me di cuenta de lo solas que están las personas con enfermedades mentales”.
La esquizofrenia afecta a aproximadamente el 1% de la población mundial, y se estima que aproximadamente 20 millones de personas en todo el mundo viven con este trastorno. Sin embargo, debido a la falta de información y a los diagnósticos erróneos, se cree que las cifras reales son mucho mayores.
Es una enfermedad plagada de estigma. Muchos la asocian con conductas violentas o asumen que todas las personas con esquizofrenia experimentan los mismos síntomas. En realidad, es mucho más compleja. La mayoría de las personas diagnosticadas con esquizofrenia no son violentas; de hecho, son más propensas a ser víctimas de violencia y aislamiento social debido a la incomprensión generalizada.
Ana lo vio de primera mano con su tía. Según su diagnóstico, a Arminda no se le permitía socializar ni trabajar, como les sucede a algunas personas con esquizofrenia. Vivía en un profundo aislamiento. Su familia mantuvo su condición en secreto durante muchos años. Con el deseo de compartir la historia de su tía, Ana comenzó a fotografiarla.
Las personas que no padecen una enfermedad mental no la comprenden del todo. Su lucha y su historia me hicieron pensar que la mayoría de las personas con esta lucha no existen en la sociedad. Quería que su vida no fuera ignorada.
Sus imágenes retratan momentos cotidianos de la vida de su tía: retratos íntimos y espontáneos, junto con objetos y detalles de su entorno limitado. La sensibilidad en estas imágenes es evidente, moldeada por la estrecha relación entre ambas. Hay una ternura palpable, pero también una tristeza discreta al comprender el contexto. Arminda siempre aparece sola, a menudo con aspecto frágil. Sin embargo, también hay momentos de alegría: en una imagen, sonríe a la cámara a través de un pequeño espejo que sostiene.
Escaneos y fotografías de antiguas imágenes familiares, que a menudo muestran a una Arminda más joven y feliz, se entrelazan a lo largo del proyecto. Algunas de estas imágenes están rotas, envejecidas o descoloridas, lo que refleja sutilmente que este capítulo de su vida ya pasó. En muchas de ellas, sonríe, rodeada de otras personas, evocando una sensación de alegría que contrasta marcadamente con el aislamiento de su vida actual.
Las imágenes y los objetos que sostiene también sirven como recordatorios de la stories Arminda compartió con Ana sobre su pasado—stories De una vida ahora distante y difícil de comprender. En algunas imágenes, sin embargo, su mirada es solemne, lo que lleva a uno a preguntarse: ¿Estaba ya empezando a luchar contra su enfermedad en aquel entonces?
El proyecto fue un reto para Ana. Arminda, consciente de su peso, a veces se quejaba de verse gorda en las fotos, aunque en otras ocasiones las disfrutaba e incluso le pedía a Ana que le tomara una. Su familia también tuvo dificultades con el proyecto. Aunque ahora hablan abiertamente sobre la enfermedad de Arminda, al principio dudaron. Les preocupaba exponer una historia tan vulnerable y cuestionaban la ética de compartirla. Sin embargo, la pequeña cantidad de dinero que el proyecto ha generado —la cual se ha destinado íntegramente a apoyar a Arminda— ayudó a calmar sus preocupaciones.
El proyecto ha impulsado conversaciones sobre la esquizofrenia, un tema que muchas personas evitan. Ana descubrió que las ideas erróneas sobre la enfermedad eran frecuentes y que la comprensión general de la salud mental suele ser deficiente debido a la falta de un debate abierto.
Pero también ayudó a abrir aún más sus propios ojos, tanto a la historia de su tía como a la de aquellos como ella que sufren de esquizofrenia.
Me di cuenta de que no hay suficiente investigación. He aprendido lo difícil que es obtener un diagnóstico. Su dolor proviene de sentimientos y pensamientos, pero el resto de nosotros no entendemos ese tipo de dolor; solo entendemos el dolor físico. Las personas con esquizofrenia suelen ser excluidas de la sociedad, lo que les genera una profunda sensación de soledad.
Se espera que la historia de Arminda fomente una mayor conciencia y comprensión, permitiéndole a ella y a otros como ella vivir una vida más plena.
Todas las imágenes © ana salto